Artículos
Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
Elecciones en Georgia: denuncias de fraude y violencia, entre Europa y Rusia
Según el informe de la misión de observación conjunta de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), la Asamblea Parlamentaria de la OTAN y el Parlamento Europeo, se registraron presiones e intimidaciones sobre los votantes, violaciones frecuentes al secreto del sufragio y hubo denuncias de compra de votos. Por Ignacio E. Hutin
El clima ya estaba enrarecido desde mucho antes de que se anunciaran los resultados electorales en Georgia. Entre abril y mayo, la aprobación de la ley “Sobre la transparencia de la influencia extranjera”, que limita la actividad de organizaciones de la sociedad civil y medios independientes, fue respondida por importantes protestas; luego llegó la ley sobre los “Valores familiares y protección de menores” en septiembre, que perjudica a la comunidad LGBT+ y, según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, “impone restricciones discriminatorias sobre la educación, debate público y reuniones concernientes a la orientación sexual”. Las dos normativas, casi calcadas de las que ya existen en la vecina Rusia.
La respuesta del Consejo Europeo fue la paralización de facto del proceso de adhesión de Georgia al bloque continental, al que es candidato desde finales del año pasado. En octubre, el Parlamento Europeo emitió una resolución en la que afirma que Sueño Georgiano (SG), partido gobernante desde 2012, “ha impulsado una agenda cada vez más autoritaria” y que los “funcionarios del gobierno están alimentando un clima de odio”, y solicitó a la UE y a sus Estados miembros que impusieran sanciones personales “a todos los responsables de socavar la democracia en Georgia”, incluido Bidzina Ivanishvili, fundador del partido, hombre más rico del país y líder informal del gobierno. Tanto él como el Primer Ministro Irakli Kobajidze anunciaron en reiteradas ocasiones que proscribirían a todos los partidos opositores de lograr la reelección en los comicios del 26 de octubre.
Cinco meses antes, el 26 de mayo, Día de la Independencia, la presidenta Salomé Zurabishvili presentó la Carta de Georgia, un documento que tenía por objetivo unir a los partidos opositores y conformar un gobierno técnico que implementase las reformas solicitadas por la Unión Europea. Diecinueve partidos firmaron el pacto, incluyendo a las tres coaliciones y al partido individual que, junto con SG, tenían más chances de superar el umbral del 5% e incorporarse al Parlamento.
Vale la pena preguntarse si Zurabishvili no estaba violando la Constitución al promover a un sector político en particular, considerando que el Jefe de Estado debe ser apartidario y su rol se limita al de “garante de la unidad del país y de la independencia nacional”, según la Carta Magna. El artículo 78 de la Constitución llama a tomar todas las medidas necesarias para asegurar la integración de Georgia tanto a la UE como a la OTAN, por lo que puede considerarse legal el promover una coalición proeuropea frente a un gobierno al que tanto el Parlamento como el Consejo continental responsabilizan por la paralización de facto del proceso de adhesión.
La polarización a nivel local, entre un sector conservador y un sector liberal, se vuelve más relevante en el plano internacional. Si la oposición apunta a la UE, el gobierno mira hacia otro lado. No es que SG sea necesariamente un partido pro Kremlin, pero Ivanishvili ha acumulado su fortuna en Rusia, su gobierno se ha beneficiado de la tercerización comercial y financiera que sucedió a las sanciones impuestas contra Moscú por la invasión a Ucrania y llama a no confrontar con el gigante vecino del norte. Los anuncios callejeros de la campaña oficialista comparaban imágenes de edificios e infraestructura (escuelas, iglesias, gimnasios, puentes) en perfectas condiciones en Georgia con la destrucción en Ucrania. El mensaje era claro: SG garantiza la estabilidad y la paz (con Rusia), la endeble oposición unida lleva a la guerra. Otros carteles en la vía pública mostraban a políticos opositores con correas y la inscripción “no a los agentes extranjeros”.
Una semana antes de las elecciones, la oposición y la presidenta participaron de una masiva convocatoria en el centro de Tiflis bajo el lema “Georgia Elige a la UE”. En respuesta, el gobierno realizó su cierre de campaña tres días más tarde en el mismo lugar, pero, a diferencia del acto previo, esta vez la zona se vio repleta de autobuses que transportaron partidarios desde distintas regiones a la capital. Mientras la primera manifestación convocó gente de a pie, particularmente de Tiflis, la segunda fue una muestra del amplio aparato estatal al servicio del partido.
En este clima se dieron las primeras elecciones con Georgia como candidato a la UE y las primeras con uso de voto electrónico. Desde temprano hubo denuncias de irregularidades: votos dobles, intimidación, expulsión de observadores locales e internacionales de los centros electorales, compra de votos y violencia contra miembros de partidos opositores.
Según la Administración Electoral de Georgia (CEC), Sueño Georgiano obtuvo el 54%, mientras que las cuatro agrupaciones firmantes de la Carta de Georgia se llevaron algo menos del 38% en total. Curiosamente, los resultados a boca de urna recolectados por organizaciones independientes mostraban un panorama muy diferente: alrededor de 40% para el oficialismo, cerca del 52% para la oposición. La encuestadora estadounidense Edison Research, cuyos números a boca de urna en las últimas cuatro elecciones georgianas fueron particularmente precisos en relación a los resultados finales, con una diferencia máxima del 3%, esta vez afirmó que SG obtendría 13% menos de lo anunciado oficialmente. Números que generan cierta sospecha.
Por otro lado, el partido gobernante suele recibir mayor apoyo en las áreas rurales, ciudades pequeñas y pueblos que en la capital. En las últimas dos elecciones, la diferencia entre ambos sectores fue de entre el 3% y el 7%. Esta vez, el gobierno obtuvo oficialmente casi 30% más en las regiones que en Tiflis. Y resultan particularmente llamativos los números en regiones habitadas predominantemente por minorías étnicas, zonas que suelen ser más pobres y subdesarrolladas. Por ejemplo, en Ninotsminda y Ajalkalaki, zonas de población armenia, y en Marneuli, de población azerbaiyana, los resultados oficiales a favor del gobierno rondaron el 90%.
A esto se suma el hecho curioso de que un partido que lleva 12 años en el poder, que en los últimos dos años ha tenido importantes protestas en su contra y que ha sido duramente cuestionado por las mismas instituciones europeas a las que, se supone, aspira incorporarse, no haya sufrido desgaste electoral. Más bien, todo lo contrario: oficialmente, obtuvo ahora 30% más de votos que en 2016 y 20% más que en 2020. Es un mérito realmente notable y llamativo sumar tanto apoyo en este contexto.
Según el informe de la misión de observación conjunta de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), la Asamblea Parlamentaria de la OTAN y el Parlamento Europeo, se registraron presiones e intimidaciones sobre los votantes, violaciones frecuentes al secreto del sufragio y hubo denuncias de compra de votos. Destaca además el importante desequilibrio en los recursos financieros entre oficialismo y oposición, y las recientes enmiendas que otorgaron el control sobre el proceso de selección y nominación de la CEC al partido gobernante. Es decir, Sueño Georgiano estuvo a cargo del recuento de votos oficial.
Por otro lado, la misión local de Transparencia Internacional encontró “graves y sustanciales infracciones” y su evaluación habla de “un complejo plan de fraude electoral, para cuya ejecución se utilizaron métodos como la interrupción del sistema de verificación, la violación de los procedimientos de marcado y la obstrucción a los observadores”.
Reportes de otras organizaciones internacionales, como el Instituto Republicano Internacional (IRI) y el Instituto Nacional Demócrata para los Asuntos Internacionales (NDI), van en igual sintonía.
Mientras el Primer Ministro húngaro Viktor Orbán, el presidente azerbaiyano Ilham Alíyev y Margarita Simonyan, directora de la cadena rusa RT, felicitaban a Ivanishvili, aún antes de que se dieran a conocer los primeros números oficiales, los representantes de las cuatro agrupaciones firmantes de la Carta de Georgia anunciaron que no reconocerían los resultados. Hablaron de “elecciones amañadas” y de “golpe de Estado”, y tres de ellas anunciaron que sus miembros no asumirían las bancas en el Parlamento por considerarlo ilegítimo. La presidenta Zurabishvili se sumó al reclamo y definió el proceso electoral como “una farsa” y “una operación especial rusa”.
Zurab Khrikadze, ex funcionario electoral y activista civil georgiano, opina que “es triste lo que pasó, pero el gobierno estaba preparado para las manipulaciones desde hacía mucho tiempo: intimidaciones de empleados públicos, si no votas para el partido, te despiden del trabajo; o la falsa dicotomía ‘si votas en favor de la oposición, escoges guerra; si votas por Sueño Georgiano, te garantizamos la paz’. A eso se suma la manipulación de minorías étnicas: durante más de tres décadas los gobiernos sucesivos no hicieron nada para la integración lingüística y cívica de las minorías étnicas en el sur del país, las regiones que el gobierno siempre ha considerado como el caladero de votos por lo fácil que resulta manipular e intimidar a comunidades de minorías etnorreligiosas vulnerables. La tecnología de conteo de votos también suscita algunas dudas en cuanto a la integridad del funcionamiento de las máquinas.”
Lo que siga en los próximos días puede marcar un cambio de rumbo importante en este país. Por un lado, la vía bielorrusa, con un gobierno aferrado al poder en base a una mayor represión y manipulación mediática. Por el otro, la vía georgiana: las elecciones parlamentarias de 2003 también tuvieron una importante cantidad de denuncias de fraude en contra de un gobierno que se percibía entonces todopoderoso. Lo que siguió fueron 20 días de protestas que se conocieron como la Revolución de las Rosas y terminaron con la caída del presidente, la asunción de una nueva camada de políticos jóvenes prooccidentales, el cambio de Constitución y hasta una nueva bandera.
Una tercera posibilidad es 2020, hace apenas 4 años, cuando la oposición tampoco reconoció los resultados e inició un boicot parlamentario que recién se levantó 6 meses más tarde y gracias a un acuerdo facilitado por el Consejo Europeo. La diferencia es que esta vez hay una guerra en Ucrania y la Unión Europa no quiere ver a uno de los candidatos al bloque acercarse a Rusia. Por si esto fuera poco, el gobierno armenio fue de los primeros en felicitar a Sueño Georgiano. La derrota de los partidos prooccidentales en la vecina Georgia puede poner en jaque el nuevo rumbo europeo de Ereván, que particularmente desde el año pasado mira con creciente recelo a su (¿ex?) aliado histórico en Moscú.
Ignacio E. HutinConsejero ConsultivoMagíster en Relaciones Internacionales (USAL, 2021), Licenciado en Periodismo (USAL, 2014) y especializado en Liderazgo en Emergencias Humanitarias (UNDEF, 2019). Es especialista en Europa Oriental, Eurasia post soviética y Balcanes y fotógrafo (ARGRA, 2009). Becado por el Estado finlandés para la realización de estudios relativos al Ártico en la Universidad de Laponia (2012). Es autor de los libros Saturno (2009), Deconstrucción: Crónicas y reflexiones desde la Europa Oriental poscomunista (2018), Ucrania/Donbass: una renovada guerra fría (2021) y Ucrania: crónica desde el frente (2021).
El clima ya estaba enrarecido desde mucho antes de que se anunciaran los resultados electorales en Georgia. Entre abril y mayo, la aprobación de la ley “Sobre la transparencia de la influencia extranjera”, que limita la actividad de organizaciones de la sociedad civil y medios independientes, fue respondida por importantes protestas; luego llegó la ley sobre los “Valores familiares y protección de menores” en septiembre, que perjudica a la comunidad LGBT+ y, según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, “impone restricciones discriminatorias sobre la educación, debate público y reuniones concernientes a la orientación sexual”. Las dos normativas, casi calcadas de las que ya existen en la vecina Rusia.
La respuesta del Consejo Europeo fue la paralización de facto del proceso de adhesión de Georgia al bloque continental, al que es candidato desde finales del año pasado. En octubre, el Parlamento Europeo emitió una resolución en la que afirma que Sueño Georgiano (SG), partido gobernante desde 2012, “ha impulsado una agenda cada vez más autoritaria” y que los “funcionarios del gobierno están alimentando un clima de odio”, y solicitó a la UE y a sus Estados miembros que impusieran sanciones personales “a todos los responsables de socavar la democracia en Georgia”, incluido Bidzina Ivanishvili, fundador del partido, hombre más rico del país y líder informal del gobierno. Tanto él como el Primer Ministro Irakli Kobajidze anunciaron en reiteradas ocasiones que proscribirían a todos los partidos opositores de lograr la reelección en los comicios del 26 de octubre.
Cinco meses antes, el 26 de mayo, Día de la Independencia, la presidenta Salomé Zurabishvili presentó la Carta de Georgia, un documento que tenía por objetivo unir a los partidos opositores y conformar un gobierno técnico que implementase las reformas solicitadas por la Unión Europea. Diecinueve partidos firmaron el pacto, incluyendo a las tres coaliciones y al partido individual que, junto con SG, tenían más chances de superar el umbral del 5% e incorporarse al Parlamento.
Vale la pena preguntarse si Zurabishvili no estaba violando la Constitución al promover a un sector político en particular, considerando que el Jefe de Estado debe ser apartidario y su rol se limita al de “garante de la unidad del país y de la independencia nacional”, según la Carta Magna. El artículo 78 de la Constitución llama a tomar todas las medidas necesarias para asegurar la integración de Georgia tanto a la UE como a la OTAN, por lo que puede considerarse legal el promover una coalición proeuropea frente a un gobierno al que tanto el Parlamento como el Consejo continental responsabilizan por la paralización de facto del proceso de adhesión.
La polarización a nivel local, entre un sector conservador y un sector liberal, se vuelve más relevante en el plano internacional. Si la oposición apunta a la UE, el gobierno mira hacia otro lado. No es que SG sea necesariamente un partido pro Kremlin, pero Ivanishvili ha acumulado su fortuna en Rusia, su gobierno se ha beneficiado de la tercerización comercial y financiera que sucedió a las sanciones impuestas contra Moscú por la invasión a Ucrania y llama a no confrontar con el gigante vecino del norte. Los anuncios callejeros de la campaña oficialista comparaban imágenes de edificios e infraestructura (escuelas, iglesias, gimnasios, puentes) en perfectas condiciones en Georgia con la destrucción en Ucrania. El mensaje era claro: SG garantiza la estabilidad y la paz (con Rusia), la endeble oposición unida lleva a la guerra. Otros carteles en la vía pública mostraban a políticos opositores con correas y la inscripción “no a los agentes extranjeros”.
Una semana antes de las elecciones, la oposición y la presidenta participaron de una masiva convocatoria en el centro de Tiflis bajo el lema “Georgia Elige a la UE”. En respuesta, el gobierno realizó su cierre de campaña tres días más tarde en el mismo lugar, pero, a diferencia del acto previo, esta vez la zona se vio repleta de autobuses que transportaron partidarios desde distintas regiones a la capital. Mientras la primera manifestación convocó gente de a pie, particularmente de Tiflis, la segunda fue una muestra del amplio aparato estatal al servicio del partido.
En este clima se dieron las primeras elecciones con Georgia como candidato a la UE y las primeras con uso de voto electrónico. Desde temprano hubo denuncias de irregularidades: votos dobles, intimidación, expulsión de observadores locales e internacionales de los centros electorales, compra de votos y violencia contra miembros de partidos opositores.
Según la Administración Electoral de Georgia (CEC), Sueño Georgiano obtuvo el 54%, mientras que las cuatro agrupaciones firmantes de la Carta de Georgia se llevaron algo menos del 38% en total. Curiosamente, los resultados a boca de urna recolectados por organizaciones independientes mostraban un panorama muy diferente: alrededor de 40% para el oficialismo, cerca del 52% para la oposición. La encuestadora estadounidense Edison Research, cuyos números a boca de urna en las últimas cuatro elecciones georgianas fueron particularmente precisos en relación a los resultados finales, con una diferencia máxima del 3%, esta vez afirmó que SG obtendría 13% menos de lo anunciado oficialmente. Números que generan cierta sospecha.
Por otro lado, el partido gobernante suele recibir mayor apoyo en las áreas rurales, ciudades pequeñas y pueblos que en la capital. En las últimas dos elecciones, la diferencia entre ambos sectores fue de entre el 3% y el 7%. Esta vez, el gobierno obtuvo oficialmente casi 30% más en las regiones que en Tiflis. Y resultan particularmente llamativos los números en regiones habitadas predominantemente por minorías étnicas, zonas que suelen ser más pobres y subdesarrolladas. Por ejemplo, en Ninotsminda y Ajalkalaki, zonas de población armenia, y en Marneuli, de población azerbaiyana, los resultados oficiales a favor del gobierno rondaron el 90%.
A esto se suma el hecho curioso de que un partido que lleva 12 años en el poder, que en los últimos dos años ha tenido importantes protestas en su contra y que ha sido duramente cuestionado por las mismas instituciones europeas a las que, se supone, aspira incorporarse, no haya sufrido desgaste electoral. Más bien, todo lo contrario: oficialmente, obtuvo ahora 30% más de votos que en 2016 y 20% más que en 2020. Es un mérito realmente notable y llamativo sumar tanto apoyo en este contexto.
Según el informe de la misión de observación conjunta de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), la Asamblea Parlamentaria de la OTAN y el Parlamento Europeo, se registraron presiones e intimidaciones sobre los votantes, violaciones frecuentes al secreto del sufragio y hubo denuncias de compra de votos. Destaca además el importante desequilibrio en los recursos financieros entre oficialismo y oposición, y las recientes enmiendas que otorgaron el control sobre el proceso de selección y nominación de la CEC al partido gobernante. Es decir, Sueño Georgiano estuvo a cargo del recuento de votos oficial.
Por otro lado, la misión local de Transparencia Internacional encontró “graves y sustanciales infracciones” y su evaluación habla de “un complejo plan de fraude electoral, para cuya ejecución se utilizaron métodos como la interrupción del sistema de verificación, la violación de los procedimientos de marcado y la obstrucción a los observadores”.
Reportes de otras organizaciones internacionales, como el Instituto Republicano Internacional (IRI) y el Instituto Nacional Demócrata para los Asuntos Internacionales (NDI), van en igual sintonía.
Mientras el Primer Ministro húngaro Viktor Orbán, el presidente azerbaiyano Ilham Alíyev y Margarita Simonyan, directora de la cadena rusa RT, felicitaban a Ivanishvili, aún antes de que se dieran a conocer los primeros números oficiales, los representantes de las cuatro agrupaciones firmantes de la Carta de Georgia anunciaron que no reconocerían los resultados. Hablaron de “elecciones amañadas” y de “golpe de Estado”, y tres de ellas anunciaron que sus miembros no asumirían las bancas en el Parlamento por considerarlo ilegítimo. La presidenta Zurabishvili se sumó al reclamo y definió el proceso electoral como “una farsa” y “una operación especial rusa”.
Zurab Khrikadze, ex funcionario electoral y activista civil georgiano, opina que “es triste lo que pasó, pero el gobierno estaba preparado para las manipulaciones desde hacía mucho tiempo: intimidaciones de empleados públicos, si no votas para el partido, te despiden del trabajo; o la falsa dicotomía ‘si votas en favor de la oposición, escoges guerra; si votas por Sueño Georgiano, te garantizamos la paz’. A eso se suma la manipulación de minorías étnicas: durante más de tres décadas los gobiernos sucesivos no hicieron nada para la integración lingüística y cívica de las minorías étnicas en el sur del país, las regiones que el gobierno siempre ha considerado como el caladero de votos por lo fácil que resulta manipular e intimidar a comunidades de minorías etnorreligiosas vulnerables. La tecnología de conteo de votos también suscita algunas dudas en cuanto a la integridad del funcionamiento de las máquinas.”
Lo que siga en los próximos días puede marcar un cambio de rumbo importante en este país. Por un lado, la vía bielorrusa, con un gobierno aferrado al poder en base a una mayor represión y manipulación mediática. Por el otro, la vía georgiana: las elecciones parlamentarias de 2003 también tuvieron una importante cantidad de denuncias de fraude en contra de un gobierno que se percibía entonces todopoderoso. Lo que siguió fueron 20 días de protestas que se conocieron como la Revolución de las Rosas y terminaron con la caída del presidente, la asunción de una nueva camada de políticos jóvenes prooccidentales, el cambio de Constitución y hasta una nueva bandera.
Una tercera posibilidad es 2020, hace apenas 4 años, cuando la oposición tampoco reconoció los resultados e inició un boicot parlamentario que recién se levantó 6 meses más tarde y gracias a un acuerdo facilitado por el Consejo Europeo. La diferencia es que esta vez hay una guerra en Ucrania y la Unión Europa no quiere ver a uno de los candidatos al bloque acercarse a Rusia. Por si esto fuera poco, el gobierno armenio fue de los primeros en felicitar a Sueño Georgiano. La derrota de los partidos prooccidentales en la vecina Georgia puede poner en jaque el nuevo rumbo europeo de Ereván, que particularmente desde el año pasado mira con creciente recelo a su (¿ex?) aliado histórico en Moscú.